miércoles, 26 de agosto de 2015

Cultura Urbana: La Hechicera de Mérida. Leyenda de la Conquista (Extracto de Tulio Febres Cordero)

Imagen de Tibisay publicada en el periódico "El Centavo", Mérida, 1900.

"Tibisay", escultura de Manuel de la Fuente. www.corazonblanco.com

Tibisay la princesa de los indios de la Sierra un día salió espantada de su choza y fue a presentarse a Murachí, el amado de su corazón. La comarca estaba en armas: los indios corrían de una parte a otra, preparando las macanas y las flechas emponzoñadas.

¡Huye, huye, Tibisay! Nosotros vamos a combatir. Los terribles hijos de Zuhé (Zuhé era el Sol. Los indios llamaron a los españoles “hijos del sol” por su poder extraordinario) han aparecido ya sobre aquellos animales espantosos, más ligeros que la flecha. Mañana será invadido nuestro suelo y arrasadas nuestras siembras. ¡Huye, huye Tibisay! Nosotros vamos a combatir; pero antes ven, mi amada, y danza al son de los instrumentos, reanima nuestro valor con la melodía de tus cantos y el recuerdo de nuestras hazañas. 

La danza empezó en un claro del bosque, triste y monótona, como una fiesta de despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparcía por las verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el círculo del campamento y empezaron a despertar, con las libaciones del fermentado maíz los corazones abatidos y los ímpetus salvajes. Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando cesó de pronto el ruido y enmudecieron todos los labios.

Tibisay apareció en medio del círculo, hermosa a la luz fantástica de las hogueras, recogida la manta sobre el brazo, con la mirada dulce y expresiva y el continente altivo. Lanzó tres gritos graves y prolongados, que acompañó con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasió a los indios con la magia de su voz.

-“Oíd el canto de los guerreros del Mucujún.” 

“Corre veloz el viento; corre veloz el agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña.”

“Corred, guerreros, volad en contra del enemigo; corred veloces como el viento, como el agua, como la piedra que cae de la montaña”.

“Fuerte es el árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río; fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol”.

“Pelead, guerreros; pelead valientes; mostraos fuertes, como los árboles, como las rocas, como las nieves de la montaña”.

“Este es el canto de los guerreros del Mucujún”.

Un grito unánime de bélico entusiasmo respondió a los bellos cantos de Tibisay. Concluida la danza, Murachí acompañó a Tibisay por entre la arboleda sombría (…) Ambos caminaban en silencio con el dolor de la despedida en la mitad del alba y temeroso de pronunciar la postrera palabra ¡adiós!

"¡Tibisay!", dijo a su amada el guerrero altivo, "nuestras bodas serán mi premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye Tibisay, ocúltate en el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serías su esclava".

Murachí y (…) los indios, organizados en escuadrones, estaban apercibidos para el combate. Súbita detonación detiene a los indios: palidecen todos llenos de espanto; se estrechan unos contra otros, dando alaridos de impotencia; y bien pronto se dispersan, buscando salvación en los bordes de los barrancos, por donde desaparecen en tropel.

Sólo Murachí rompe su macana en la armadura del que fuera conquistador, sólo el bravo Murachí ve de cerca aquellos animales espantosos que ayudaban a sus enemigos en la batalla, pero también sólo él ha quedado tendido en el campo, muerto bajo el casco de los caballos.

Tibisay vivió desde entonces sola con su dolor y sus recuerdos en aquella choza querida. Sus cantos fueron en adelante tristes como los de la alondra herida. Los indios admiraban con cierto sentimiento de religioso cariño y la colmaban de presentes. Era para ellos un símbolo de su antigua libertad y al mismo tiempo un oráculo que consultaban sigilosos. Ya los españoles señoreaban la tierra y gobernaban a los indios. (…) Tibisay vivía libre en la garganta de aquellos montes o entre las selvas de sus contornos, pero era un misterio su vida, algo como un mito de los aborígenes, que atraía a los españoles con el fantástico poder de las ficciones poéticas.

Era un encanto la voz de la fugitiva, que los cazadores oían de vez en cuando por aquellos agrestes sitios, como el eco de una música triste que hería en la mitad del alma y hacía saltar las lágrimas. En sus labios el dialecto muisca, su lengua nativa, sonaba dulce y melodioso y no era menester entenderlo para sentirse conmovido el corazón.

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