domingo, 9 de abril de 2023

La famosa Semana Santa en la Mérida de otros tiempos

 


La celebración de la Semana Santa en Mérida, al menos entre mediados del siglo XIX y finales del XX, era impresionante e inolvidable para merideños o personas oriundas de otras regiones, por su solemnidad, fastuosidad y delicia de la gastronomía especial de esos días. Era frecuente la visita de personas y familias de otros lugares de la región andina a la ciudad serrana, solo para participar de tan imponente celebración y las actividades de distracción que acompañaban los días posteriores a la cuaresma.

Luis Ricardo Dávila y Rafael en Mesa y cocina en Mérida, afirman que los preparativos comenzaban con “bastante antelación (…) además de las ocupaciones materiales: escoger los trajes, acopiar materiales para componer los altares y hacer los arreglos de las procesiones, también había que prepararse espiritualmente para pasar el tiempo de penitencia con verdadero rigor: ayuno durante la Semana Santa, régimen de alimentación sin carne durante toda la Cuaresma, los ejercicios espirituales de San Ignacio, las grandes ceremonias en la Catedral, y las majestuosas procesiones que comenzaban desde el Domingo de Ramos y finalizaban con la Procesión de la Soledad el Viernes Santo”.

El escritor merideño Tulio Febres Cordero fue testigo y protagonista de estas magníficas celebraciones. En una de sus obras Archivo de Historia y Variedades, hace una descripción de ellas, en mirada retrospectiva, desde 1917.

“Los días por excelencia en la antigua Mérida eran sin duda los de la Semana Santa. Familias enteras hacían viaje expreso de otros lugares para visitar la melancólica ciudad de las nieves y las flores, por la pompa especial de sus actos religiosos, por sus muchos templos y por su severo aspecto de ciudad vetusta y caballeresca, donde las costumbres conservaban todavía el rancio sabor colonial, todo ello en medio de una naturaleza pródiga en frutos, paisajes y otros singulares encantos.”

“ Casi todas las familias principales tenían demasiado en qué ocuparse porque fuera de los ordinarios preparativos de trajes de gala y acopio de menesteres para bien vestir en tales días, era costumbre organizar, con la debida antelación, el mejor arreglo del paso o santo que les tocaba componer para las procesiones, distribución hecha de antaño, que venía a constituir una piadosa servidumbre en cada familia, pues pasaba el encargo de generación en generación; y en su buen desempeño ponían todos particular esmero, haciendo a veces gastos de mucha cuantía.”

“Ya desde el domingo de Ramos se veía llena la Catedral en las horas de ceremonia. (…) Pero la gran concurrencia a las procesiones empezaba el miércoles (…).

En cartas de sus amigos y familiares se deja ver el interés que generaba la Semana Mayor en quienes no estaban en la ciudad.

Julio Febres Cordero radicado en San Cristóbal, abril 18 de 1881 le pide “Descríbeme la Semana Santa de esa tierra (…) ¡Oh! ¡Qué jallacas las que tomarían! Tiemblo de susto al pensarlo y de sentimiento por no haber sido yo también protagonista de esas escenas”.

Rafael, un amigo, desde la misma ciudad en misiva del 22 de abril de ese año le dice  “creo demás felicitarte por la buena Semana Santa que creo hayas pasado; pero si lo hago especialmente por el Domingo de Ramos, día grande para ti, pues cumples con el deber que por un exceso de cristianismo te has impuesto, de ayudar a las Mas y “Rubíes” (…) las Mtro. Juanantonias, etc., etc., a vestir los santos en “El Espejo”. ¿Qué tal quedó este año el manto de la Virgen? ¡Ah!, gran jesuita, ¿hasta cuándo pones a los santos como testigos de tus coloquios amorosos?”.

Y su primo Alejandro Baptista Troconis, también viviendo en San Cristóbal, en carta del mismo día, mes y año le comenta “¡Esa Semana Santa! ¡Cómo se habrán quedado esos mozos al ver la suntuosidad de esas fiestas! De seguro que Pepe habrá dicho que ni en Caracas son tan buenas, porque es la verdad, ese recogimiento, ese no sé qué, de imponente que tienen las funciones religiosas en Mérida, no se conoce en Caracas. (…) Deseo algunos detalles sobre la función del Jueves Santo; eso debe haber sido una cosa rumbosa. No dejes de escribirme sobre el particular; quiero estar al corriente de lo que pasa en mi tierra.

Hice propósito de decirte algo sobre la Santa Semana de aquí, pero ¿para qué? Baste decirte que estuvo muy triste, y que reveló un espantoso atraso.”

También eran famosas las preparaciones culinarias que se planificaban y realizaban con antelación. De las preparaciones era costumbre los siete potajes del jueves santo, los ayunos, la asistencia a todos los actos religiosos y las confesiones. Se observaba la prohibición expresa de no cocinar, lavar, gritar, barrer, trabajar, etc.

 

Cartay, Rafael y Luis Ricardo Dávila. Mesa y Cocina en Mérida. Mérida, Venezuela:  Merenap, 1992.

Febres Cordero, Tulio. Archivo de Historia y Variedades. Bogotá: Editorial Antares LTDA, 1960. Tomo III.

Imagen: Catedral de Mérida antes de 1894 publicada en la revista El Cojo Ilustrado, 1894. 

lunes, 25 de junio de 2018


El 25 de junio de 1885 sale a la luz pública el primer número de El Lápiz (1885-1896), periódico merideño fundado por Tulio Febres Cordero. Diminuto en tamaño, extenso, variado y profundo en su temática, fue editado primero en la Imprenta Centenario, y luego en 1895 desde su propia tipografía llamada también El Lápiz. En sus once años de existencia, tuvo tres períodos bien definidos y vieron luz pública 104 números, a pesar de algunas pocas suspensiones, una de ellas motivada por el terremoto del 28 de abril de 1894 que destruyó la oficina de redacción.
La temática abordada incluía literatura, economía, estadística, etnografía, etnología, crónica, historia, bibliografía, costumbres, curiosidades, reseñas, arte y hemerografía. Un complejo y bien cuidado compendio de información que según sus propias palabras requería “paciente y laborioso estudio sobre libros, papeles impresos y manuscritos antiguos”, además de una gran cantidad de datos y curiosidades que le llegaban como colaboración de familiares y amigos por vía epistolar.

En su primera editorial “Primeras Palabras”, expresa “Surcamos en cáscara de nuez el dilatado mar del periodismo. Venimos a los campos de la idea, más que a cultivarlos, a recrearnos en la contemplación de los floridos huertos (…) Quiera el cielo que algo bueno recojamos por estos dorados trigos, para ofrendarlo de todo corazón en aras de la utilidad pública. Porque escribir por escribir es malgastar el tiempo. Requiérese un propósito, un pensamiento fijo que sirva de centro a las labores del espíritu. El deseo de aprender es un propósito sagrado, un pensamiento nobilísimo. Quien no siente ni piensa no puede comprender las bellezas del arte, ese compuesto prodigioso de sentimiento e idea que el ingenio combina para deleite de los mortales (…) El periódico es y será siempre un libro abierto a los ojos del público”.

"Rasgos Breves. Datos Curiosos. Apuntamientos de Cartera. Misceláneas”, era el lema para hacer más comprensible la idea de dicha publicación, que no varió en el tiempo brindando la posibilidad a don Tulio de realizar una labor callada, necesaria y sostenida en casi toda su obra: aportar su cuota en la alfabetización, educación y creación de nación. Así mismo se empeñó en hacer no solo visible la historia y cultura del occidente venezolano para todo el país, sino la de situarnos desde Mérida y Venezuela, dentro del concierto histórico-cultural mundial.

En este 2018, a 133 años de su primera edición, El Lápiz, especie de blog del siglo XIX merideño, continua siendo un referente periodístico de buena prensa, de “motor histórico de civilización” que deben cumplir los periódicos, como lo dijera el también escritor y poeta andino Gonzalo Picón Febres, y sigue “surcando en cáscara de nuez”, esta vez, desde el dilatado océano de internet, brindando "utilidad pública" mediante la Biblioteca Digital César Rengifo en la página web de la Biblioteca Nacional de Venezuela.
Desde allí puede ser revisado, consultado o descargado en su totalidad, en la versión facsimilar que conjuntamente hicieran en 1985, la Gobernación del estado Mérida, la Universidad de Los Andes y la Sala Tulio Febres Cordero, hoy Biblioteca Febres Cordero, división de Biblioteca Nacional de Venezuela. 

sábado, 19 de mayo de 2018

El debate político en 1936

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sin duda el debate político genera controversia, encuentros y desencuentros en todo tiempo y espacio en donde se ubique. Los niveles de confrontación llega inclusive a discurrir hacia los extremos de la violencia física y verbal, pero en esta última, es posible que se vista de un ingenioso y mordaz manejo lingüístico. Esta hoja suelta merideña de 1936 nos recuerda que en política todo no está escrito, siempre hay una sorpresa, tanto si miramos al pasado, como al presente. 
Para una mejor apreciación transcribimos lo que en ella se dice:                  
                                         DE INTERÉS
                                                        GENERAL
La ciudadanía de Mérida conscientes de sus derechos y en vista de la necesidad urgente de recluir o ponerle coto a la gran afluencia de enajenados mentales que se apiñan en esta Ciudad, azotando esta región tranquila de la Patria con su enfermedad que no es más que un producto de su excesivo sentido democrático que se agolpa en sus respectivas sustancias grises a manera de engalletado torbellino. En vista pues de esto, pido el ensanche del Hospital de esta ciudad construyendo un pabellón, con carácter provisional, por ser de urgencia, para alojar esta clase de individuos capaces de contagiar a los restantes cuerdos, mientras se deportan a los manicomios modelos de la Nación. Dicho Pabellón, y según insinuación dictatorial del Culebrero, llevará el nombre siguiente: “Villalta Mayoba”, dotándolo además de suficiente cantidad de sueros frescos e inyectables contra la enfermedad que se presenta en las siguientes variedades de enajenación:   
Comunicamaleomanía,
Oportunotablemanía,
Lideragitomanía,
Patexhijodeputemanía,
Exhibirresaltomanía,
Discursihuecomanía,
Comunissolapadomanía,
Socialantizapaautomovilrojomanía
inconsciente.
               El Pueblo cuerdo y sereno
                Mierda, 11 de Mayo de 1936
 
Fuente: Biblioteca Febres Cordero, Sección Hojas Sueltas Siglo XX. Mérida 1936.
 

jueves, 29 de marzo de 2018

Harina de plátano Bananina


Ya que los plátanos están de moda por estos tiempos, traemos una hoja suelta que trata justamente sobre tan connotado alimento, integrante infaltable, y a veces único, de cada comida diaria venezolana.
En las primeras décadas del siglo XX desde San Cristóbal se divulgaba en Mérida las propiedades nutricionales y energéticas de la harina de plátanos Bananina, especialmente recomendado para alimentación de los niños en los primeros años de vida.
En la misma se afirma que los “nenes de los climas cálidos y palúdicos a más del alimento materno, están completamente alimentados, y luego desarrollados con multitud de productos extranjeros, CONSERVAS EN LATA PATENTADAS, CON MÁS O MENOS EXAGERADAS propiedades nutritivas, volviendo dolorosa y penosamente costosa la crianza de los niños en los hogares poco o nada acomodados. Y esto sucede porque en estas comarcas absolutamente todos buscamos lo exótico, lo extranjero, y dejamos de usar lo propio y bueno que tenemos”.
Seguidamente presenta la opinión sobre la harina de plátano de dos médicos, un químico, especialista en alimentos y un ingeniero agrónomo. Seguidamente refiere el valor alimenticio del plátano en la opinión de otro personaje.
Finalmente resume en cuatro oraciones los beneficios de la harina: hace la leche más deliciosa dándoles un nuevo sabor; aumenta las propiedades alimenticias y digeribles; devuelve al cuerpo las energías perdidas por el juego, el estudio y el trabajo; y finalmente es muy sano para hombres, mujeres y niños sanos.

Fuente: Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero. Sección Hojas Sueltas, Estado Mérida, Siglo XX.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Biblioteca Febres Cordero 39 aniversario


Fueron muchos los estudiantes o profesionales, entre los cuales me cuento, que pasamos largos días e incluso meses, bajo los corredores de la vieja casona del Parque La Isla, hurgando en los papeles de Don Tulio, para extraer el dato o información que necesitábamos para nuestra investigación.
Cual más su tesis de pregrado o postgrado, cual menos un artículo o la tarea inmediata o quizás sólo la paz y el silencio necesario para estudiar; eran los motivos que impulsaban nuestros pasos a la vieja casona, suerte de repositorio de la memoria regional y nacional, donde se respiraba un hálito a sagrado templo de la sabiduría. 
Son recuerdos que pocos estudiantes, profesores o investigadores
olvidarán. Bastaba traspasar el umbral del portón para encontrarse en otro mundo. Bajo su techo y en sus amplios corredores, donde el viento y el frío convivían felices todo el año, estaban instaladas las mesas y sillas de pesada madera, donde pasábamos interminables horas, acompañados por el murmullo del viento al pasar por entre las hojas de los árboles cercanos, y que en ocasiones barría con nuestros papeles de la mesa, haciéndonos corretear por los corredores tras ellos. ¿Quiénes no recuerdan las esporádicas risas de los niños que jugaban en el parque, el canto de los pájaros, de los grillos, o el chirriar de una que otra chicharra anunciando lluvia bajo la modorra del mediodía?

Seguramente que una buena cantidad de profesionales recordarán las largas horas de estudio pasadas, sillita plegable incluida, en los pasillos de la vieja casona. La ocasional visita al  cafetín del Cidiat para tomar un tentempié y volver a enfrascarse en la repetición interminable de la lección de derecho romano, o la ocasional pausa para intercambiar información con el compañero que estudia más allá o la vecina de la otra mesa. Sin duda que una gran cantidad de abogados de los que hoy son litigantes, funcionarios del tribunal o políticos de oficio, pasaron sus buenos años, trasponiendo los espacios de la Biblioteca Febres Cordero, División de la Biblioteca Nacional en Mérida.
¿Cuántos investigadores, profesores universitarios, escritores y estudiantes deben la consecución de sus metas de estudio, llámese tarea, monografía, examen o tesis, al tesoro que dejó Don Tulio, a la generosidad de la sucesión Febres Cordero y al cuidado, organización y preservación de la Biblioteca Nacional?
Y cuando a la institución le tocó trasmutar espacios porque la solariega casona, pequeña y húmeda no podía seguir albergando la valiosa colección ¿Cuántas de esas personas siguieron a los queridos papeles de Tulio Febres a la calurosa sede del edificio El Fortín frente a la Plaza Bolívar donde se asentó desde 1995? 
El cambio no fue fácil, ni había comparación alguna entre ambos lugares. El nuevo edificio, suerte de caja de concreto, está pleno de otros elementos menos consustanciados con un consagrado templo al conocimiento: calor, ruidos atorrantes de bocinas, vallenatos, gritos, pitos de fiscales, vallenatos, voceadores de dulces, vallenatos, tambores de San Benito, vallenatos, etc. El frente de la institución ostenta un rostro igual, parecido o peor muy propio de los tiempos que corren y describir, en ciertas circunstancias, duele… angustia… decepciona… y sin embargo fue el mejor espacio que la ciudad y sus gobernantes encontraron para la biblioteca de Don Tulio. 

La Colección Febres Cordero agradecida se multiplicó en prestación de servicios, se tecnificó, engalanó sus espacios para atraer la mirada hacia sí y a su colección, produjo obras para incentivar su consulta mediante artículos, programas de radio, libros, calendarios y exposiciones; para continuar enamorando a la ciudad que la vió nacer, crecer, transformarse, madurar y evolucionar con su pesada herencia de seis siglos, y entonces uno se pregunta, en 39 años que cumple el 4 de noviembre de este año ¿Cuantos más habrá de sobrevivir teniendo en su contra hasta el cambio climático?  


lunes, 9 de octubre de 2017

Mérida en la mirada de poetas y escritores.

En homenaje a los 459 años de la fundación de Mérida, hemos preparado esta sencilla página, apenas una pequeña muestra, de versos y poemas que ha inspirado su paisaje, su ciudad o simplemente su númen a poetas y escritores, nacidos en su serrana tierra o venidos allende de sus montañas.

Venid, poetas, venid a Mérida! Aquí duermen el sueño de los siglos las altas montañas y los profundos valles; aquí los ríos y las fuentes bordan en plata el fecundo suelo y se cosechan azucenas y claveles a la par que el ponderado trigo.
                                                                          Tulio Febres Cordero

A través de toda la obra de los escritores de Mérida se nota la influencia de la zona. Usted sabe que esa influencia no se deja ver solo por nombrar a la ciudad sino que está en la médula de la obra (…) Si algo ayuda es precisamente el ambiente de extremada belleza de la ciudad que me entusiasma y me lleva a la literatura misma.
                                                                     Alfonzo Cuesta y Cuesta

Era la tarde del último día de diciembre. El cielo estaba límpido y Mérida, la hija de las montañas, con sus bellos campos adyacentes, se encontraba alumbrada por esos medios tonos de luz violácea reflejados por las nieves de la Sierra.
                                                                               José Ignacio Lares

Ciudad Caballeresca (…) Tu pasado tiene todo el sabor de la leyenda es un libro grandioso que ha heredado, a fuerza de triunfar en la contienda, el alma taciturna que acompaña a tu pueblo de nieves y de ascetas, que es orgullo inmortal de la montaña y eterna inspiración de los poetas.                                                            Eduardo Picón Lares
                                                                                                            
¡Oh, la belleza azul de mi montaña!
el Ande inmoble, de frontón severo.
la eucarística albura del nevero
que en altos oros, cenital se baña.
     Humberto Tejera



A Mérida

Mi ofrenda para ti será la esencia
que del alma se vierte ingenua y pura;
no me pidas la frágil existencia,
yo te daré la estrofa que perdura.
Raúl Chuecos Picón.                                
Con sus clásicas glorias la Sierra
en los patrios anales fulgura
como el limpio cristal de su nieve,
centelleante y grandiosa en la altura.
 Antonio Febres Cordero

Andes! Cimera henchida de vitalidad. Vivero de hombres que, en la placidez vegetativa de la provincia, se van formando – como dijo Sarmiento – “con las manos libres, la cabeza libre, el corazón libre, las alas libres”.
Juan Antonio Gonzalo Patrizzi

En la cima, pues, está Mérida, real y figuradamente: no puede esconderse, ni jamás podrá algo ni nadie eclipsarla. ¡Qué privilegios aseguran a la ciudad sus excepcionales posiciones, y cuán orgullosa puede estar de todo ello!
Pedro N. Tablante Garrido

(Mérida) ...tierra de óptimas virtudes, tierra de trabajo, de austeridad, de vida moderada, de palabra cumplida, de serena firmeza.
Armando Alarcón Fernández

Cuidad de Caballeros se te nombra de la nieve, del trigo, de las flores y los cirios pascuales. Ciudad para olvidarse de agravios y temores y recordar intensamente los florales años de juventud que en ti vivimos.
 Antonio Cortés Pérez

Tomado de: La Preciosa Mérida. Posadas y hotel. 4 Ruedas y un morral.
Ciudad

Dulce poema de piedra vieja y nueva,
arte fluido que corres en asfaltos
de trébol áspero y sangre metálica,
tu cuerpo de sal pálida en su engaste de brocado
pálida y sentada en una mano extendida.
Qué crepúsculos no se tiende en tu sexo.
Qué lluvia no destila tu melancolía.
los espectros temblorosos discurren por tus
parques envolviendo tus fuentes.
Alta ciudad de páramos
cerrada, secreta,
consentida.
Ramón Palomares

Para mí Mérida no es sólo una ciudad hermosa en la cual habito con deleite, Mérida es mi ciudad. Y cuando digo mi ciudad, no quiero decir propiedad y privilegio (…) quiero decir pertenencia.
                                                        José Manuel Briceño Guerrero

Mérida se levanta con la aurora bajo un dulce rumor de campanadas
pensando en Dios, en el obispo Lora
y en un vuelo de águilas nevadas.
Carlos César Rodríguez

Miro y siento que nunca más habré de recordarme
de mi origen ni de mis caminatas
por aquellas calles de Mérida.
                      Jesús Serra

¡Mérida! Oh serrana mía, pueblito capullo de mis recuerdos, que destejes con la bruma neblinosa y que mueres en cada cascada de tus ríos, que tanto le cantaron tus poetas. Mérida, que como una pepa de camándula pasas de mano en mano, dedo a dedo, con una sonrisa distraída.
Freddy Torres

Fuente:
Calendario de Escritores Merideños (2005-2013) Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero, v. 7.
Imágenes: Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero/Archivo Lampos Merideños/Google Imágenes.


domingo, 8 de octubre de 2017

Mérida, ciudad de las flores.

Cuatro cosas hay en Mérida que causan admiración, las flores y las muchachas, el agua y el papelón.


La ciudad de Mérida, además de su nombre propio o geográfico, ha sido llamada por diferentes nombres en su devenir histórico de acuerdo a las características muy particulares que la han distinguido en diversas épocas. Así nos encontramos con una pluralidad de nombres, a saber: ciudad de los Caballeros, ciudad de la Sierra Nevada, ciudad de las Cien Lagunas, ciudad del Albarregas, ciudad de Los Naranjos y ciudad de Las Flores.1  También se le ha denominado la ciudad de las Nieves Eternas, la ciudad Turística y Estudiantil, la ciudad Universitaria, la ciudad más limpia de Venezuela, Mérida ciudad de altura, entre otras.
Antes de la transformación urbana de la ciudad de Mérida durante las décadas de 1940 a 1960, predominaban las casonas espaciosas con patios interiores plantados de bellos arbustos y preciosas flores, y en los campos se cultivaban sin esfuerzo y en gran cantidad las azucenas, calas y claveles.

Jardín en la hacienda La Isla de José Ignacio Lares.
Según relata don Tulio Febres Cordero

“En el patio de una sola casa, la del señor don Constantino Valeri, había en 1922 veintiocho clases de rosas distintas en plena florescencia; y en 1923 se le contaron a uno solo de los rosales que embellecían la Plaza Bolívar mil trescientas ochenta y seis flores. La ciudad se ha dado el lujo de levantar en el año de 1895, en la Plaza Bolívar una torre de tres cuerpos y veinticinco pies de altura, toda de flores naturales. Las campanas eran de frailejón amarillo color de bronce. También por aquellos años en que las flores no eran artículos de comercio sino de regalo, se construyó una capilla en la misma plaza, cuyas paredes y techo eran de flores naturales, con la capacidad suficiente para contener al Obispo, al Cabildo y demás clero oficiantes en la ceremonia del Corpus. Entre las flores que más abundan figuran las azucenas, los claveles y los pensamientos. En los lugares más fríos estos últimos bordan las orillas de las acequias como si fueran grama o maleza. Los patios y huertos de nuestras antiguas casas coloniales eran otros tantos jardines” 2

Como una curiosidad de la abundancia y variedad de flores cultivadas en Mérida, encontramos un escrito publicado en el periódico El Lápiz, No 44 del 2 de septiembre de 1887, titulado “Rasgos Eutrapélicos”, en el cual don Tulio hace un inventario de los nombres curiosos y raros de las flores contenidas en un florero o ramillete: “Once angelitos, 17 novios, 4 niñas bonitas, 3 viudas, 7 matrimonios, 6 duendes o brujas, 5 sultanas y 8 monigotes!.
Tres pares de polainas, 4 id de espuelas de galán, media docena de botones de oro, una id de plata, 15 perlas finas, 18 campanillas, 3 cruces de Malta y 17 lágrimas de Cristo!
Ocho centauros, 4 cigarrones, 6 mariposas, 3 pelícanos y 9 conejas.
Aquí viene lo más gordo! 2 bocas de dragón, 11 rabos de alacrán y 43 barbas de gato!
“¿Y esto son flores, lector? Quien tales despropósitos advierta por fuerza ha de exclamar:
                          
                            Qué mucho que nos asombre
                           Del mundo la falsedad,
                           Sí también entre las flores
                           Todo el año es carnaval ¡”

1.- Tulio Febres Cordero. Clave histórica de Mérida. Mérida. 2da edición. Universidad de Los Andes, Vicerrectorado Académico, 2005. P 138.
2.- “La ciudad de los siete nombres”. Obras completas. 2da edición. San Cristóbal. Banco hipotecario de Occidente, 1991. Tomo VIII. P 238 – 240.
Imágenes: Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero.