miércoles, 26 de agosto de 2015

Historia: Pobladores originarios de la ciudad de Mérida

Figura antropomorfa hallada en San Rafael de Mucuchíes. Tomado de: http://vereda.saber.ula.ve/museo_arqueologico/colecciones/arqueologia/003figcerweb.htm

Cuando llegaron los españoles al lugar donde se asienta la ciudad de Mérida, los alrededores de la meseta que hoy conforman el municipio metropolitano Libertador estaban poblados por varios grupos indígenas, entre otros, los Mucujunes, Mocanareyes y Mocaquetaes por el valle del rio Mucujún; por las márgenes del Albarregas y Milla había también indios cuyos nombres de tribus se ignoran, excepto el de los Tatuyes que poblaban la meseta donde está hoy el centro de la ciudad; hacia las vegas del Chama en San Jacinto, estaban los Mucarias; los Tateyes ocupaban el valle de La Pedregosa, eran vecinos de Los Curos. Las denominaciones dadas a los grupos o parcialidades indígenas provienen de los nombres que los propios aborígenes dieron a los lugares geográficos que habitaban y que utilizaron los conquistadores para facilitar su ubicación.

Los aborígenes merideños, aunque poseían una misma lengua, según Tulio Febres Cordero era la muisca, cada agrupación tenía un dialecto peculiar; las diferencias en el tipo de vivienda, técnicas agrícolas y otras formas de vida se derivan de la adaptación al medio ecológico, por ejemplo, las viviendas de la zona fría eran construidas de piedra y practicaban la agricultura por el sistema de terrazas, mientras que las de la zona baja eran de barro y paja, los riegos para los cultivos era por el sistema de acequias y también desarrollaron las artes de la manufactura, tejidos, cerámica, cestería, entre otras. 

El cronista Fray Pedro de Aguado hace la siguiente descripción de los indígenas de la Provincia de Mérida: “Los naturales de esta provincia es toda en general desnuda (…) el pueblo de los españoles dividen o distinguen y apartan dos maneras de gente; que la del pueblo para arriba toda en la más es gente de tierra fría, de buena disposición y muy crecidos, los cabellos cortados por junto a las orejas y los miembros genitales sueltos y descubiertos: las mujeres traen cierta vestidura sin costura, hecha a manera de saya, que llaman los españoles samalayetas, que les cubre casi todo el cuerpo: tráenlas asidas por sobre un hombro y ceñidas por la barriga para que hagan unos senos como alforjas, en que meten todo lo que puede haber y coger. La gente del pueblo para abajo es más menuda y muy ajudiada: traen los cabellos largos, andan desnudos, como los demás, y son para menos trabajo; traen los genitales atados y recogidos a un hilo que por pretina se ponen por la cintura, y las mujeres tienen o traen vestidas las samalayetas (…) que son de algodón”. 

El proceso de conquista y colonización diezmó la población indígena en pocos años, además del genocidio en los primeros años de la conquista, se sumaron otros factores, las enfermedades como la viruela; el trabajo forzoso, abusos y maltratos a que fueron sometidos a través del régimen de la encomienda. Temiendo la extinción de la población indígena, que proveía la mano de obra gratuita indispensable para el sustentamiento del sistema económico- social hispano, la Corona implementó el sistema de “visitas” realizadas por funcionarios llamados “visitadores generales” con el fin de hacer diagnósticos y tomar medidas correctivas sobre la situación de las encomiendas, el asentamiento de pueblos indígenas y su adoctrinamiento cristiano. En el caso de la provincia de Mérida, que dependía del Virreinato de Nueva Granada, estas visitas eran autorizadas por la Audiencia de Santa Fe de Bogotá. Se dictaron una serie de ordenanzas que beneficiaban a los naturales, pero no fueron cumplidas por los encomenderos.

Aunque los datos aportados por los estudiosos de nuestro pasado indígena sobre la cantidad de pobladores aborígenes existentes para el momento de la conquista, difieren unos de otros, los datos registrados en la documentación generada de las visitas, demuestran la disminución progresiva de la población originaria de nuestro suelo merideño. El licenciado Alonso Vázquez de Cisneros en la visita que realizó a la Provincia de Mérida en los años 1619 y 1620, registra un total de 200 indios pertenecientes a las parcialidades de los Tateyes, los Mucarias y los del Valle de Mucujún, llamados también de Mocaquetá, de los Alisares o Valle de Carrasco y los agregó al pueblo de Tabay, por ser tan pocos para organizar con ellos un pueblo de indios. Para 1655 en la visita de Juan Modesto de Meler al pueblo de Tabay, solo suman 39 indios tateyes y 31 del valle de los Alisares o del Mucujún.

El legado cultural que aportaron nuestros antepasados indígenas, en la alimentación, costumbres, tradiciones, mitos, en artes y manufacturas constituyen elementos fundamentales de nuestra identidad como merideños y venezolanos.

Cultura Urbana: La Hechicera de Mérida. Leyenda de la Conquista (Extracto de Tulio Febres Cordero)

Imagen de Tibisay publicada en el periódico "El Centavo", Mérida, 1900.

"Tibisay", escultura de Manuel de la Fuente. www.corazonblanco.com

Tibisay la princesa de los indios de la Sierra un día salió espantada de su choza y fue a presentarse a Murachí, el amado de su corazón. La comarca estaba en armas: los indios corrían de una parte a otra, preparando las macanas y las flechas emponzoñadas.

¡Huye, huye, Tibisay! Nosotros vamos a combatir. Los terribles hijos de Zuhé (Zuhé era el Sol. Los indios llamaron a los españoles “hijos del sol” por su poder extraordinario) han aparecido ya sobre aquellos animales espantosos, más ligeros que la flecha. Mañana será invadido nuestro suelo y arrasadas nuestras siembras. ¡Huye, huye Tibisay! Nosotros vamos a combatir; pero antes ven, mi amada, y danza al son de los instrumentos, reanima nuestro valor con la melodía de tus cantos y el recuerdo de nuestras hazañas. 

La danza empezó en un claro del bosque, triste y monótona, como una fiesta de despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparcía por las verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el círculo del campamento y empezaron a despertar, con las libaciones del fermentado maíz los corazones abatidos y los ímpetus salvajes. Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando cesó de pronto el ruido y enmudecieron todos los labios.

Tibisay apareció en medio del círculo, hermosa a la luz fantástica de las hogueras, recogida la manta sobre el brazo, con la mirada dulce y expresiva y el continente altivo. Lanzó tres gritos graves y prolongados, que acompañó con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasió a los indios con la magia de su voz.

-“Oíd el canto de los guerreros del Mucujún.” 

“Corre veloz el viento; corre veloz el agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña.”

“Corred, guerreros, volad en contra del enemigo; corred veloces como el viento, como el agua, como la piedra que cae de la montaña”.

“Fuerte es el árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río; fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol”.

“Pelead, guerreros; pelead valientes; mostraos fuertes, como los árboles, como las rocas, como las nieves de la montaña”.

“Este es el canto de los guerreros del Mucujún”.

Un grito unánime de bélico entusiasmo respondió a los bellos cantos de Tibisay. Concluida la danza, Murachí acompañó a Tibisay por entre la arboleda sombría (…) Ambos caminaban en silencio con el dolor de la despedida en la mitad del alba y temeroso de pronunciar la postrera palabra ¡adiós!

"¡Tibisay!", dijo a su amada el guerrero altivo, "nuestras bodas serán mi premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye Tibisay, ocúltate en el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serías su esclava".

Murachí y (…) los indios, organizados en escuadrones, estaban apercibidos para el combate. Súbita detonación detiene a los indios: palidecen todos llenos de espanto; se estrechan unos contra otros, dando alaridos de impotencia; y bien pronto se dispersan, buscando salvación en los bordes de los barrancos, por donde desaparecen en tropel.

Sólo Murachí rompe su macana en la armadura del que fuera conquistador, sólo el bravo Murachí ve de cerca aquellos animales espantosos que ayudaban a sus enemigos en la batalla, pero también sólo él ha quedado tendido en el campo, muerto bajo el casco de los caballos.

Tibisay vivió desde entonces sola con su dolor y sus recuerdos en aquella choza querida. Sus cantos fueron en adelante tristes como los de la alondra herida. Los indios admiraban con cierto sentimiento de religioso cariño y la colmaban de presentes. Era para ellos un símbolo de su antigua libertad y al mismo tiempo un oráculo que consultaban sigilosos. Ya los españoles señoreaban la tierra y gobernaban a los indios. (…) Tibisay vivía libre en la garganta de aquellos montes o entre las selvas de sus contornos, pero era un misterio su vida, algo como un mito de los aborígenes, que atraía a los españoles con el fantástico poder de las ficciones poéticas.

Era un encanto la voz de la fugitiva, que los cazadores oían de vez en cuando por aquellos agrestes sitios, como el eco de una música triste que hería en la mitad del alma y hacía saltar las lágrimas. En sus labios el dialecto muisca, su lengua nativa, sonaba dulce y melodioso y no era menester entenderlo para sentirse conmovido el corazón.

Personajes: Tulio Febres Cordero

Tulio Febres Cordero, 1922.

Nació en Mérida en el año de 1860, un 31 de mayo, en la “casa situada al pie del monte que sube de Milla, en la intersección que forman las viejas calles Real y de Cerrada” hoy avenida 3 Independencia con calle 19 Cerrada, siendo el segundo de 11 hermanos, cuyos padres fueron Georgina Troconis Andrade y Foción Febres Cordero Díaz Viana.
Como era costumbre de la época, tuvo noción de las primeras letras en su hogar y posteriormente fue alumno, como él mismo lo menciona en sus memorias, de varios destacados maestros de la ciudad en la Escuela de Varones de El Sagrario (1867 a 1871), luego en el liceo anexo a la universidad donde hizo Latinidad (1871 a 1875), Filosofía (1875 a 1878) y propiamente en la Universidad de Mérida cursó la carrera de Derecho o Ciencias Políticas, como se le denominaba en ese tiempo, culminándola en 1882, aceptando recibir el título 18 años después. En esta misma casa de estudios fue docente, compilador de documentos, organizador del archivo de la institución y hasta ahora, único Rector Honorario.
Desde muy joven la tipografía le permitió expresar no solo su pensamiento como escritor, editor y periodista, sino además supo captar en ella la versatilidad de su uso y apropiarse de ello para expresar sus tendencias artísticas, mediante técnicas como la Imagotipia y la Foliografía. Siendo fundador de la imprenta El Lápiz editó, en ella, varias de sus obras y los periódicos El Lápiz, El Centavo, El Billete y Mosaico.
Conocido como el “patriarca de las letras merideñas”, en el decurso de su vida dejó una cuantiosa obra escrita en el ejercicio de sus más relevantes pasiones: la literatura y la historia a las que se dedicó desde joven, legando a la posteridad una cantidad de obras entre ensayos históricos, cuentos, novelas, crónicas, leyendas, discursos, además de ser colaborador en la prensa y revistas dentro y fuera de las fronteras venezolanas. La historia fue el motor que le impulsó a explorar diversas formas de expresión, su trabajo abarcó disímiles temas, géneros y formatos en donde siempre tuvo destacado espacio el rescate y la difusión de la memoria histórica y cultural venezolana, lo que le hizo merecedor de un sitial como miembro de instituciones culturales y académicas tanto en Venezuela, América y Europa. Murió el 03 de junio de 1938 en la misma ciudad que le vio nacer.
           
- Imagotipia: arte mediante el cual se “dibuja” con tipos de imprenta una figura en el papel utilizándose para ello un escrito apropiado a la figura escogida.
- Foliografía: arte de “grabar” hojas de plantas mediante una técnica especial en la imprenta.

Curiosidades: Cultura indígena

Pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de París de 1889.

Saco de fique.

Entre las artes y manufacturas indígenas se destacaron los tejidos de fique, con el que elaboraban sacos o costales utilizados en el acarreo y transporte de frutos. En 1889 los costales elaborados en El Morro fueron premiados en la Exposición Universal de París (Tulio Febres Cordero. Décadas de la historia de Mérida, 1920).

Voces del dialecto indígena del Morro, recogidas para el Centenario del Libertador en 1883, por Tulio Febres Cordero:

Casa = Nacot
Candela = Chicabó
Sal = Chopie
Dulce = Chiquibuc
El pueblo = Musigpuec
Maíz = Chijsjac
Frijoles = Tisituc
Cocuiza = Nantaj
Mujer bonita = Carí nisjuó
Mujer fea = Carí nutó
Mujer vieja = Carí nuntoc

Reseña: Décadas de la historia de Mérida


Tulio Febres Cordero. Décadas de la historia de Mérida. Mérida, El otro el mismo, 2007, 203p. Edición Conmemorativa de los 450 años de la ciudad de Mérida, con prólogo de Víctor Bravo.

Décadas de la historia de Mérida (2007) es una reedición especial en homenaje a la ciudad de Mérida en sus 450 años de fundada. Con un diseño sencillo y una no muy cuidada edición, nos presenta sin embargo, un interesante prólogo del profesor Víctor Bravo en el cual aborda a esta Mérida desde la mirada de una “ciudad moderna,” que “parece alcanzar su máxima posibilidad en la refundación estética y literaria”.­ El Profesor Bravo alude a la caracterización estética de varias ciudades del mundo como Dublín, París, Praga, Caracas y Mérida, mediante la resignificación en la literatura, en cuanto que los narradores y “poetas han refundado la ciudad, por arte de la escritura, en sus prosas y sus versos”. Estas dos vertientes han producido obras que tejen la “criba de la ciudadanía merideña” siendo referencias esenciales de lo fundacional y lo universal.

Esta “imantación identitaria”, esa conjunción de “la identidad de lo más propio y la vocación de lo universal,” se ha volcado en una “resignificación estética de lo originario” en dos obras como: “Memorias de un muchacho (1924), de Tulio Febres Cordero, donde una ciudad se revela desde el asombro y la candidez de la infancia”, y Viaje al amanecer (1943) de Mariano Picón Salas, “donde la condición de regreso a lo originario alcanza la significación de fundamento de la existencia, y donde la ciudad se prolonga en el drama mismo de la subjetividad”. Para Víctor Bravo, Tulio Febres Cordero junto a Mariano Picón Salas, son los grades héroes civiles de la ciudad: “ambos imaginaron el país e imaginaron la ciudad, y, al hacerlo, crearon los grandes signos identitarios de su habitabilidad. Si Mérida es una ciudad de enigma y de belleza lo es porque, en primer lugar, fue pensada por estos hombres que crearon su mapa espiritual y cultural. Para que una ciudad exista como entidad espiritual debe haber pasado por el cedazo de lo imaginario” y esta configuración de lo imaginario ocurre precisamente en dos obras de Febres Cordero: Clave histórica de Mérida (1930) y esta nueva edición de sus Décadas de la historia de Mérida.


La primera edición de Décadas de la historia de Mérida fue realizada en 1920 en la tipografía El Lápiz. Es el primer libro que refiere la historia de los Andes y del occidente venezolano, ya que hasta ese momento, las obras publicadas de historia de Venezuela, casi no hacían mención de esta parte del país incluido el Zulia, por haber pertenecido a la jurisdicción del Virreinato de Santa Fe de Bogotá. Según palabras del autor son datos recogidos en numerosos documentos “desde 1882, hasta reunir gran copia de ellos, interesantes unos para la historia general del país, y otros para la particular de los Estados occidentales, como fruto de la consagración al estudio de los archivos”.
Refiere en esta obra la evolución histórica de esta parte de la región andina desde la época indígena, la llegada de los colonizadores españoles y las diversas expediciones anteriores a la fundación de la ciudad de Mérida. Agrega además que lo hace utilizando “las noticias sueltas que suministran sobre Mérida y su antigua jurisdicción los cronistas e historiadores” ampliando la información aportada por aquellos o corroborándola, en vista, además, de la documentación que no pudieron conocer, “por haber dormido sueño de centurias en los archivos de la ciudad de Mérida, que remontan hasta el siglo XVI”. Afirma que es una compilación de la historia del occidente venezolano hasta no más allá de 1600 y en la que “no se ahonda en asuntos étnicos ni sociológicos, ni se ensayan nuevos métodos en crítica histórica. Lisa y llanamente ofrece al público crónicas viejas, muchas del todo desconocidas, que cada cual puede recibir y comentar, según su leal saber y entender”.
Para Eduardo Osorio (2005, p. 257): “La reconstrucción de la historia del siglo XVI merideño requiere una laboriosidad especial por parte de los historiadores; tanto, que aparte de las Décadas de don Tulio hay muy poco que haya sido hecho con rigor investigativo y documentos adecuados,” a pesar de presentar ciertos errores y omisiones debido a que Tulio Febres Cordero no tuvo la posibilidad de consultar el libro Historia de Santa Marta y del Nuevo Reino de Granada de Fray Pedro de Aguado, publicado en 1917 y según José Rafael Febres Cordero (s/f, p. 7) “el primero y más autorizado de los cronistas de la conquista y población, no solamente del Nuevo Reino sino también de Venezuela”.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Imágenes: Tibisay y Murachí

Tibisay era la princesa de los indios de la Sierra, el lirio más hermoso de las vegas del Mucujún:



Murachí era el primer caudillo de las Sierras Nevadas:




Bustos de Caribay y Murachí elaborados por el escultor Pablo Gazzotti, francés nacido en la Isla de Córcega, casado en 1897 con Josefa Febres Cordero (hermana de Tulio Febres Cordero). Fue profesor de la Universidad de Los Andes en las cátedras de Griego y Latín y además empresario en el ramo de elaboración de helados y vinos.


Mapa de la zona Norte de la ciudad de Mérida.Elaborado a partir del Mapa Turístico editado por Aldea Valle Encantado.