Los
conquistadores, primeros pobladores y sus descendientes monopolizaron los
cargos del cabildo y desde esta instancia controlaron el reparto de los solares
urbanos y las tierras alejadas de la ciudad para la fundación de
estancias, hatos o haciendas, se apropiaron y usurparon las mejores tierras
para el cultivo y cría de ganado, especialmente las de los lugares donde tenían
indios encomendados, utilizados como mano de obra gratuita a través del régimen
de la encomienda. Este grupo social de encomenderos, funcionarios del cabildo,
propietarios de tierras, principales vecinos se constituyeron en la elite
social, política y económica de la sociedad colonial merideña, afianzada y
preservada a través de las vinculaciones familiares originadas de las alianzas
o estrategias matrimoniales entre las familias principales de la ciudad. Así,
conformaron durante los siglos XVII y XVIII grupos y núcleos familiares unidos
por vínculos de parentesco, formando una vasta red familiar, renovadas con
inmigrantes originarios de España y Virreinato de Santa Fe.
Los
descendientes de los primeros conquistadores, pobladores y encomenderos, se
unieron en matrimonio con sus parientes en diferentes grados de afinidad y
consanguinidad, autorizados por la Iglesia a tráves de las Dispensas
matrimoniales, es el caso de Francisco García de Rivas, quien recibió dispensa del mismo Pontífice para
contraer matrimonio con su prima hermana Eugenia de la Peña, como consta en su
testamento del 3 de mayo de 1652. (1)
Durante
el siglo XVIII, para mantener el control
del orden jerárquico de la sociedad recurrieron a las demostraciones de
limpieza de linaje y limpieza de sangre,
que debían hacer los interesados ante el Cabildo con el propósito de establecer
el estado social del individuo o individuos. “En esos juicios, y a través de la
presentación de testigos y documentación probatoria, se realizaba una
investigación del origen, méritos, comportamientos y estado del interesado con
la finalidad de cumplir un requisito indispensable para las más diversas
actividades de la vida institucional y cotidiana de la sociedad (…) ya fuese
para ingresar a las instituciones militares o eclesiásticas, para contraer
matrimonio entre gente de la misma calidad.” (2)
En
la Biblioteca Febres Cordero se encuentra un documento del Cabildo sobre la información de limpieza de linaje, vida y
costumbres que solicita Antonio Ignacio del Pino al Teniente Justicia Mayor
de la ciudad de Mérida de Maracaibo, por exigencia que le hiciera a la familia
Pino Quintana, don José Antonio Troconis para autorizar el casamiento de su
hijo don Gabriel Troconis, corregidor de naturales del Partido de Mucuchíes,
con doña María Josefa del Pino, hija legitima de Isabel Quintana, nativa de la
ciudad de Tunja y vecina de la ciudad de Mérida. (3)
Tulio Febres Cordero en la leyenda El alma
de Gregorio de Rivera: abogado de las cosas perdidas, ilustra la trama de
esta red de vinculaciones entre las familias de la elite de la sociedad
colonial merideña y el monopolio que
ejercían detentando los altos cargos del Cabildo. En 1739, se presenta en la
ciudad una situación muy particular cuando Gregorio Rivera da muerte al
Presbítero Doctor don Francisco de la Peña y Bohórquez, pertenecientes la
víctima y el victimario a dos de las
familias principales de la ciudad y unidas con estrechos lazos de parentesco;
dos hermanas del Pbro. Francisco de la Peña estaban casadas con dos hermanos de
Gregorio de Rivera y además, uno de ellos don Carlos de Rivera era el Alcalde
Ordinario de la ciudad, o sea la superior autoridad civil y política lo que
originó un conflicto en la ciudad.
Escribe
Febres Cordero: “El Alcalde ordinario, a quien tocaba por su oficio hacer
justicia con toda prontitud y eficacia, era nada menos que hermano del matador.
Verdad que también era cuñado del muerto, y aquí su confusión y grave apuro. De
hecho se apersonó de la justicia el segundo Alcalde, don Antonio Rangel
Briceño, quien tenía una hermana que era cuñada del Presbítero Peña y concuñada
del otro Alcalde don Cristóbal de Rivera. Así estaban con mayor o menor
proximidad de parentesco, unidos muchos hombres de influjo con los personajes
principales del suceso, lo que mantenía en suspenso a unos, apasionados y
violentos a otros, y en gran exaltación a todos, autoridades, nobleza, clero,
clase media y masa del pueblo. Agréguese a esto que el Teniente General de la
Provincia, don Tomás de Rivera y Sologuren, a la sazón en Barinas, era también
hermano de don Gregorio.” (4)
Estas
alianzas matrimoniales, perduraron a través del tiempo, emparentándose en
algunos momentos de la historia, con familias venidas de otras ciudades del
país o de Europa; en el siglo XIX se
unieron con familias barinesas, radicadas en Mérida durante la Guerra Federal y
con inmigrantes europeos, especialmente los italianos. Para mediados del siglo
XX, como lo afirma Eloy Chalbaud Cardona, todavía persistía en algunas familias
merideñas “esa rancia egolatría y ese
endiosamiento que para nuestros apellidos siempre hemos pretendido”, a pesar de
haberse derivado, como fruto de esas uniones tantas veces ramificadas entre las
mismas familias, un tipo débil, anormal y deficiente que el doctor Diego
Carbonell llamara bobito. (5)
Estas
familias de la “alta sociedad merideña” controlaron, hasta fines del pasado
siglo, el poder político y económico de la ciudad, ejerciendo altos cargos
públicos, como gobernadores, diputados, jueces, rectores y profesores de la Universidad
de Los Andes; dueños de haciendas
heredadas por generaciones, hoy desaparecidas por el avance urbanístico de la
ciudad.
1.- Belis Araque. “Historia de la propiedad
territorial y sus implicaciones sociales, urbanísticas y agropecuarias”. En: Tabay: poblado, gente y
costumbres desde sus historia. Mérida: Alcaldía del Municipio Santos
Marquina. Archivo General del Estado Mérida, 2012. p 185.
2.-
Ángel Rafael Almarza. Limpieza de sangre en el siglo XVIII venezolano. Caracas: Centro Nacional de Historia,
2009. Colección monografías. El pueblo es la historia. p. 49.
3.-
Biblioteca Nacional-Biblioteca Febres Cordero. Cabildo. Limpieza de Linaje. Mérida, 1796. 32 h.
Sección Manuscritos, Serie Documentos Históricos. Caja 10, doc. 2.
4.- Tulio Febres Cordero. El alma de Gregorio Rivera: el abogado de las cosas perdidas.
Mérida: El Lápiz Grupo Editorial y de Investigación, Biblioteca Febres Cordero,
2007. pp 46-47.
5.-
VENTISQUERO. “Crónicas semanales. Los problemas sociales de la ciudad.” En: Juan
Rodríguez Suarez, Mérida, 2 de enero de 1926, año II, No. 77. Director Eloy
Chalbaud Cardona.
Imagen: Archivo Fotográfico Colección Febres Cordero.
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