La celebración de la Semana Santa en Mérida, al menos entre mediados del siglo XIX y finales del XX, era impresionante e inolvidable para merideños o personas oriundas de otras regiones, por su solemnidad, fastuosidad y delicia de la gastronomía especial de esos días. Era frecuente la visita de personas y familias de otros lugares de la región andina a la ciudad serrana, solo para participar de tan imponente celebración y las actividades de distracción que acompañaban los días posteriores a la cuaresma.
Luis
Ricardo Dávila y Rafael en Mesa y cocina
en Mérida, afirman que los preparativos comenzaban con “bastante antelación
(…) además de las ocupaciones materiales: escoger los trajes, acopiar
materiales para componer los altares y hacer los arreglos de las procesiones,
también había que prepararse espiritualmente para pasar el tiempo de penitencia
con verdadero rigor: ayuno durante la Semana Santa, régimen de alimentación sin
carne durante toda la Cuaresma, los ejercicios espirituales de San Ignacio, las
grandes ceremonias en la Catedral, y las majestuosas procesiones que comenzaban
desde el Domingo de Ramos y finalizaban con la Procesión de la Soledad el
Viernes Santo”.
El
escritor merideño Tulio Febres Cordero fue testigo y protagonista de estas
magníficas celebraciones. En una de sus obras Archivo de Historia y Variedades,
hace una descripción de ellas, en mirada retrospectiva, desde 1917.
“Los
días por excelencia en la antigua Mérida eran sin duda los de la Semana Santa.
Familias enteras hacían viaje expreso de otros lugares para visitar la
melancólica ciudad de las nieves y las flores, por la pompa especial de sus
actos religiosos, por sus muchos templos y por su severo aspecto de ciudad
vetusta y caballeresca, donde las costumbres conservaban todavía el rancio
sabor colonial, todo ello en medio de una naturaleza pródiga en frutos,
paisajes y otros singulares encantos.”
“
Casi todas las familias principales tenían demasiado en qué ocuparse porque
fuera de los ordinarios preparativos de trajes de gala y acopio de menesteres
para bien vestir en tales días, era costumbre organizar, con la debida
antelación, el mejor arreglo del paso o santo que les tocaba componer para las
procesiones, distribución hecha de antaño, que venía a constituir una piadosa
servidumbre en cada familia, pues pasaba el encargo de generación en
generación; y en su buen desempeño ponían todos particular esmero, haciendo a
veces gastos de mucha cuantía.”
“Ya
desde el domingo de Ramos se veía llena la Catedral en las horas de ceremonia.
(…) Pero la gran concurrencia a las procesiones empezaba el miércoles (…).
En
cartas de sus amigos y familiares se deja ver el interés que generaba la Semana
Mayor en quienes no estaban en la ciudad.
Julio
Febres Cordero radicado en San Cristóbal, abril 18 de 1881 le pide “Descríbeme
la Semana Santa de esa tierra (…) ¡Oh! ¡Qué jallacas las que tomarían! Tiemblo
de susto al pensarlo y de sentimiento por no haber sido yo también protagonista
de esas escenas”.
Rafael,
un amigo, desde la misma ciudad en misiva del 22 de abril de ese año le
dice “creo demás felicitarte por la
buena Semana Santa que creo hayas pasado; pero si lo hago especialmente por el
Domingo de Ramos, día grande para ti, pues cumples con el deber que por un exceso
de cristianismo te has impuesto, de ayudar a las Mas y “Rubíes” (…) las Mtro.
Juanantonias, etc., etc., a vestir los santos en “El Espejo”. ¿Qué tal quedó
este año el manto de la Virgen? ¡Ah!, gran jesuita, ¿hasta cuándo pones a los
santos como testigos de tus coloquios amorosos?”.
Y
su primo Alejandro Baptista Troconis, también viviendo en San Cristóbal, en
carta del mismo día, mes y año le comenta “¡Esa Semana Santa! ¡Cómo se habrán
quedado esos mozos al ver la suntuosidad de esas fiestas! De seguro que Pepe
habrá dicho que ni en Caracas son tan buenas, porque es la verdad, ese
recogimiento, ese no sé qué, de imponente que tienen las funciones religiosas
en Mérida, no se conoce en Caracas. (…) Deseo algunos detalles sobre la función
del Jueves Santo; eso debe haber sido una cosa rumbosa. No dejes de escribirme
sobre el particular; quiero estar al corriente de lo que pasa en mi tierra.
Hice propósito de decirte algo sobre
la Santa Semana de aquí, pero ¿para qué? Baste decirte que estuvo muy triste, y
que reveló un espantoso atraso.”
También
eran famosas las preparaciones culinarias que se planificaban y realizaban con
antelación. De las preparaciones era costumbre los siete potajes del jueves
santo, los ayunos, la asistencia a todos los actos religiosos y las confesiones.
Se observaba la prohibición expresa de no cocinar, lavar, gritar, barrer,
trabajar, etc.
Cartay, Rafael y Luis Ricardo Dávila. Mesa y Cocina en Mérida. Mérida, Venezuela: Merenap, 1992.
Febres
Cordero, Tulio. Archivo de Historia y
Variedades. Bogotá: Editorial Antares LTDA, 1960. Tomo III.
Imagen: Catedral de Mérida antes de 1894 publicada en la revista El Cojo Ilustrado, 1894.