Fueron muchos los
estudiantes o profesionales, entre los cuales me cuento, que pasamos largos
días e incluso meses, bajo los corredores de la vieja casona del Parque La
Isla, hurgando en los papeles de Don Tulio, para extraer el dato o información
que necesitábamos para nuestra investigación.
Cual más su tesis de pregrado o
postgrado, cual menos un artículo o la tarea inmediata o quizás sólo la paz y
el silencio necesario para estudiar; eran los motivos que impulsaban nuestros
pasos a la vieja casona, suerte de repositorio de la memoria regional y
nacional, donde se respiraba un hálito a sagrado templo de la sabiduría.
Son recuerdos que pocos
estudiantes, profesores o investigadores
olvidarán. Bastaba traspasar el umbral
del portón para encontrarse en otro mundo. Bajo su techo y en sus amplios
corredores, donde el viento y el frío convivían felices todo el año, estaban
instaladas las mesas y sillas de pesada madera, donde pasábamos interminables
horas, acompañados por el murmullo del viento al pasar por entre las hojas de
los árboles cercanos, y que en ocasiones barría con nuestros papeles de la mesa,
haciéndonos corretear por los corredores tras ellos. ¿Quiénes no recuerdan las
esporádicas risas de los niños que jugaban en el parque, el canto de los
pájaros, de los grillos, o el chirriar de una que otra chicharra anunciando
lluvia bajo la modorra del mediodía?
Seguramente que una buena
cantidad de profesionales recordarán las largas horas de estudio pasadas, sillita
plegable incluida, en los pasillos de la vieja casona. La ocasional visita
al cafetín del Cidiat para tomar un
tentempié y volver a enfrascarse en la repetición interminable de la lección de
derecho romano, o la ocasional pausa para intercambiar información con el
compañero que estudia más allá o la vecina de la otra mesa. Sin duda que una
gran cantidad de abogados de los que hoy son litigantes, funcionarios del
tribunal o políticos de oficio, pasaron sus buenos años, trasponiendo los
espacios de la Biblioteca Febres Cordero, División de la Biblioteca Nacional en Mérida.

Y cuando a la institución
le tocó trasmutar espacios porque la solariega casona, pequeña y húmeda no podía
seguir albergando la valiosa colección ¿Cuántas de esas personas siguieron a
los queridos papeles de Tulio Febres a la calurosa sede del edificio El Fortín
frente a la Plaza Bolívar donde se asentó desde 1995?
El cambio no fue
fácil, ni había comparación alguna entre ambos lugares. El nuevo edificio,
suerte de caja de concreto, está pleno de otros elementos menos consustanciados
con un consagrado templo al conocimiento: calor, ruidos atorrantes de bocinas, vallenatos,
gritos, pitos de fiscales, vallenatos, voceadores de dulces, vallenatos,
tambores de San Benito, vallenatos, etc. El frente de la institución ostenta un
rostro igual, parecido o peor muy propio de los tiempos que corren y describir,
en ciertas circunstancias, duele… angustia… decepciona… y sin embargo fue el
mejor espacio que la ciudad y sus gobernantes encontraron para la biblioteca de
Don Tulio.
